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Cimas de la Esperanza: Encontrar esperanza en nuevas alturas

Abel Mora Arce

Abel Mora Arce, sobreviviente de osteosarcoma y miembro de la fundación Cimas de la Esperanza, transforma su historia en inspiración al conquistar montañas y demostrar que la esperanza no tiene límites.

Los sobrevivientes de cáncer pueden tener aventuras extraordinarias. Esa es la idea detrás de Cimas de la Esperanza.

Fundada por Mateo Dornier en 2020, la organización lleva a sobrevivientes de cáncer a escalar montañas y otras aventuras al aire libre. Dornier la creó como homenaje a sus 2 hermanas que murieron de leucemia. La organización ofrece oportunidades similares a las de Semons l’Espoir (Sembrando Esperanza), una fundación creada por sus padres en Francia.

En noviembre de 2023, Cimas de la Esperanza llevó a un grupo de sobrevivientes a la cima del Pico de Orizaba, la montaña más alta de México. Pero la organización es algo más que escalar montañas.

Cimas de la Esperanza ayuda a sobrevivientes de cáncer a construir amistades, les ofrece apoyo emocional y los motiva a sentirse orgullosos de lo que pueden hacer. El grupo cree que, con la ayuda de otros, los sobrevivientes de cáncer pueden superar muchos desafíos.

Continúe leyendo para ver cómo Cimas de la Esperanza ha cambiado las vidas de 3 sobrevivientes de cáncer infantil.

Abel Mora Arce: Amputación, depresión y decisión

Abel Mora Arce

Abel Mora Arce encuentra en la montaña una forma de sanar y transformar la adversidad en fe y esperanza.

Me llamo Abel Mora Arce. Actualmente tengo 50 años y soy sobreviviente de cáncer. Mientras escribo esto, solo estoy a unos meses de haber celebrado 32 años viviendo sin mi pierna izquierda. 

Podría contarles todos los sueños, objetivos y proyectos que tenía antes de la cirugía. Eran los sueños normales de un niño que, en su inocencia y optimismo natural, creía que la salud, la fuerza y sus piernas estarían con él a lo largo de su vida.

Quería ser futbolista. No me gustaba mucho la escuela. Me gustaban mucho las chicas. Admiraba a superhéroes como El Santo o Blue Demon. Quería ser grande y alto como mi padre y mis hermanos. 

Era un luchador en la escuela, defendiendo a las personas que creía que no podían defenderse. Era travieso. Me encantaban los perros, dibujar y jugar fútbol. Tuve una infancia feliz.

Yo era el cuarto de 6 hermanos. La palabra “cáncer” era una palabra distante y poco conocida en mi familia.

Recuerdo a una vecina de unos 80 años que enfermó y falleció por cáncer. La gente hablaba de ella y de su enfermedad como algo que no se podía decir en voz alta. Recuerdo que los adultos de esa época bajaban sus voces cuando decían: “Tiene cáncer”.

Todo el mundo estaba seguro de que iba a morir. Esto se debe a que habían conocido a personas con la enfermedad y no conocían a nadie que hubiera sobrevivido. Para mí, la palabra cáncer significaba muerte.

No obstante, a los 13 años fui diagnosticado de osteosarcoma y, a los 17, perdí la pierna izquierda por la enfermedad. El impacto fue enorme. Me encontré en una depresión profunda. Pero no me resigné. Quise levantarme porque no quería depender de nadie. Me inspiraron los niños con cáncer que conocí que la estaban pasando peor que yo.

Mi mayor apoyo provino de Dios. Fue Dios quien me dio la fuerza interior para salir del agujero en el que la depresión me había arrastrado. Creo firmemente que es imposible enfrentarse a los desafíos de esta vida sin una vida espiritual activa.

No podemos rendirnos ante la adversidad. La vida es una negociación constante con dificultades. Por fin aprendí que esta vida es todo lo que tenemos.

Años más tarde, “Cimas de la Esperanza” llegó a mi vida. Es el proyecto más transformador que he conocido. Perdí la pierna a los 17 años. A mis 50 años, estoy seguro de que mi vida habría sido diferente si hubiera sabido de Cimas antes.

No estoy diciendo que la vida hubiera sido más fácil o agradable. Pero habría cambiado mi perspectiva sobre cómo enfrentarme a la adversidad, así como la de ellos al enfrentarse a la montaña.

Si el proyecto Cimas pudiera llegar a más personas, más lugares y más países, crearíamos el cambio que muchas personas necesitan. Transformaríamos el mundo para mejor.

Las personas de Cimas de la Esperanza no son médicos, pero curan el alma. Lo que hacen por los sobrevivientes de cáncer lleva implícito el ADN de amor y todas las cosechas de amor siempre darán frutos en los inviernos más inesperados.

Jonathan Guzman (Johny): Del tratamiento y la incertidumbre al renacimiento

Johny Guzman

Johny Guzman, sobreviviente de linfoma no Hodgkin, redescubrió la alegría de vivir y la fuerza de empezar de nuevo junto a Cimas de la Esperanza.

Desde que era niño, era muy activo. Mi familia siempre buscaba actividades para ayudar a agotar mi energía. La solución fue empezar a entrenar en karate.

No me destacaba especialmente en la escuela, pero me hacía muy feliz estar rodeado de gente. A los 8 años, comencé a presentar algunos síntomas extraños. Mi madre me llevó al hospital y, en agosto de 2014, me diagnosticaron linfoma no Hodgkin de células T en fase terminal (un tumor muy grande en el pecho).

Tras años de tratamiento, completé el tratamiento y fui dado de alta alrededor de los 18 años. En ese momento me pregunté: “¿Qué sigue para mí?”. Era como si empezara mi vida desde cero. Aquí es donde entra “Cimas de la Esperanza”.

Gracias a ellos, me di cuenta de algo muy importante: tengo la suerte de estar aquí, de estar vivo y, lo que es más importante, de ser feliz. Tener el apoyo de la fundación me hizo sentir acompañado, con ganas de salir y, sobre todo, con muchas ganas de vivir.

Ximena Aranza: Reconociendo a mi nuevo yo

Desde que tengo memoria, siempre he sido una niña muy activa en el deporte. Nací y crecí en Ciudad de México y mi introducción al deporte comenzó con un poco de natación, baile y atletismo.

A los 13 años, encontré el deporte que cambiaría mi vida para siempre: la charreada o rodeo mexicano. Tenía miedo al principio, pero con el tiempo desarrollé las habilidades para este deporte tradicional mexicano. Mi tiempo libre estaba dedicado a prácticas de montar a caballo. No sabía que poco después tendría que detener mi vida y mi deporte.

A los 14 años, estaba en mi segundo año de secundaria. Un día noté un pequeño dolor en la rodilla derecha. El dolor empeoró y la zona empezó a hincharse. El dolor se volvió más intenso y se lo comenté a mis padres, por lo que empezamos a consultar a distintos médicos para identificar la causa.

Después de varias visitas a diferentes hospitales, me diagnosticaron osteosarcoma en el muslo derecho. Recibí tratamiento en un hospital público de Ciudad de México, donde recibí quimioterapia durante un año y medio. Finalmente, se decidió amputarme la pierna derecha para aumentar mis probabilidades de sobrevivir al cáncer.

El cáncer se convirtió en mi maestro de vida. Me preparó mentalmente y me hizo estar lista para enfrentarme a los desafíos de mi nueva vida. Después de terminar mi tratamiento, me enfrenté a una realidad distinta. Todo lo que había aprendido en 15 años de mi vida tuve que aprenderlo de nuevo de una manera diferente. Tuve que reconocer a mi nuevo yo.

Ximena Aranza

Ximena Aranza, sobreviviente de osteosarcoma, encontró en la montaña una nueva forma de reconectarse consigo misma y demostrar que hay vida después del cáncer.

Ahora, con 23 años, participo en Cimas de la Esperanza, donde trabajamos con sobrevivientes de cáncer en actividades de alta montaña, como escalar las montañas más altas de México, Francia y Latinoamérica. Demostramos que hay vida después del cáncer. A pesar de los obstáculos a lo largo del camino, siempre existe la posibilidad de hacer grandes cosas. Esto nos ayuda a recuperar nuestra independencia social y emocional.

Queremos compartir la esperanza con quienes están a punto de enfrentarse a esta enfermedad o que ya la tienen. Queremos ayudar a sus familias. Queremos transmitir nuestro mensaje a quienes lo necesitan.

La vida siempre ha sido buena conmigo. Ya no practico la charreada formal. Pero tuve la oportunidad de descubrirme en otros deportes, como el alpinismo de alta montaña con la ayuda de Cimas de la Esperanza.

He llegado a la cima de la montaña más alta de México (Pico de Orizaba), la pirámide de Vincent en los Alpes italianos, y sobrepasé los 6,000 metros sobre el nivel del mar en Huayna Potosí, Bolivia.

Fui pionera en llegar a la cima de esas montañas con una sola pierna y con bastones de senderismo.

Lo que uno sueña, uno puede crear.